
La Economía Informal de América Latina: sobreviviendo cada día con la esperanza de un mañana mejor.
Cada día, unos 130 millones de latinoamericanos salen a trabajar en condiciones de informalidad. Todos ellos representan aproximadamente un 53% de los hogares de nuestra región.
Todos los trabajadores informales en Latinoamérica, tienen en común que no pertenecen a un régimen de seguridad social permanente, y viven con la constante incertidumbre de cómo pagar sus arriendo, sus deudas, sus servicios y su comida; básicamente, su subsistencia misma. Muchos de ellos son los vendedores de mercancía y alimentos en la calle, los trabajadores no contratados legalmente en la industria manufacturera y de la construcción, los pequeños agricultores, los empleados y empleadas de trabajo doméstico o servicios técnicos, los que ofrecen mano de obra a precios bajos, trabajan por días o en pequeñas unidades económicas o emprendimientos familiares.
En este contexto de bajo crecimiento económico, se prevé un importante aumento de la pobreza y la desigualdad en nuestra región. A las filas de la informalidad ingresarán seguramente muchos desempleados que resultarán de la quiebra de empresas, de la reducción de la inversión privada, y del deterioro de las capacidades productivas.
“La crisis generada por el Covid-19, está exacerbando las vulnerabilidades y las desigualdades existentes”, dijo Phileppe Mercadent, Jefe de Mercados Laborales Inclusivos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Para nadie es esto más cierto que para los trabajadores informales; al no estar registrados oficialmente bajo ningún sector, o porque muchos países carecen de mecanismos de regulación e identificación que los reconozca, simplemente no pueden acceder de forma eficiente a las ayudas que han dispuesto sus Gobiernos.
La mayoría de los trabajadores informales no tienen otro medio de subsistencia más que la venta de cada día, por eso se enfrentan a un dilema ya analizado en grandes titulares de diarios del Continente, pero con pocas soluciones a la vista: salir a trabajar y contagiarse, o quedarse en su casa y morir de hambre. Esta condición extrema ha generado dos problemas agregados: por un lado, las cuarentenas dispuestas por las autoridades no pueden ser aplicadas eficazmente, pues estos trabajadores necesitan salir para alimentar a sus familias, y por otro, se prende aún más la tensión social que ya recorría varios países en América Latina.
Según Ezrra Israel Orozco[i], Empresario e Inversionista de Guatemala, “pareciera existir un dilema entre la salud pública y la economía. A la pregunta de ¿qué hacer?, muchos responden con la dicotomía entre salvar vidas o salvar empleos. Pero esto es falso, pues ambos temas deben ser considerados como prioridades y deben ir de la mano en cualquier política pública. Sea cual sea el enfoque, este debe procurar el equilibrio y el bienestar de los sectores más vulnerables”[ii]
En todo el mundo, se han levantado voces para reclamar acciones efectivas frente a la pobreza y la desigualdad. En una conferencia de prensa virtual, Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), propuso un “ingreso básico de emergencia (IBE) que se debe implementar inmediatamente y con perspectivas de permanecer en el tiempo de acuerdo con la situación de cada país. Esto es especialmente relevante dado que la superación de la pandemia tomará su tiempo y las sociedades deberán coexistir con el coronavirus, lo que dificultará la reactivación económica y productiva (…) La pandemia ha hecho visibles problemas estructurales del modelo económico y las carencias de los sistemas de protección social. Por ello, debemos avanzar hacia la creación de un Estado de bienestar con base en un nuevo pacto social que considere lo fiscal, lo social y lo productivo”. Aunque una respuesta así sería ideal para la inmensa población latinoamericana en pobreza o en riesgo de ella, es algo que no parece viable para las economías estatales en un tiempo cercano.
¿Qué nos queda entonces? Sin restar en absoluto la responsabilidad que tienen los Estados con sus ciudadanos, puede que parte de la respuesta resida en la capacidad de resiliencia y de emprender por cuenta propia. Por toda América Latina, se encuentran multitud de historias de lucha, de creatividad e innovación.
Orozco nos cuenta el ejemplo de un emprendedor llamado Juan Luis[iii], quien tuvo que cerrar su restaurante en el centro de la ciudad y despedir a cuatro personas que tenía contratadas. “A pesar de la situación no se dio por vencido, con el dinero que obtuvo de la venta del mobiliario de su negocio, compró una motocicleta para hacer repartos a domicilio para una empresa. Decidió además comercializar gel antiséptico y mascarillas protectoras en Internet. Aunque no sabe cómo hacerlo de forma profesional, se ha puesto en contacto con amigos que lo están apoyando para próximamente tener su tienda online reglamentada”.
Las crisis tan grave que vivimos, debe convertirse en una oportunidad para cada líder. Nuestra posición de liderazgo debe ser activa y relevante, conectando a los agentes de cambio de nuestro entorno para avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa. Por último, la esperanza que tenemos es un tesoro gratuito, y compartirlo es parte de la misión para la cual hemos sido encomendados.
Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de Haggai Latinoamérica.
[i] Empresario e inversionista independiente. Ex Vice ministro de Economía de Guatemala. Licenciado en Administración de empresas, Magister en finanzas y candidato a doctor en ciencias empresariales
[ii] https://www.perspectiva.com.gt/economia/la-economia-informal-latinoamerica/
[iii] Nombre ficticio
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